La medicina tradicional china nos explica cómo conservar la salud y sentirnos bien en cada una de las estaciones del año. Uno de sus pilares y en el cual nos vamos a centrar en esta entrada del blog es la nutrición bioenergética. Esta disciplina nos enseña a observar nuestro organismo, comprendiendo cómo nos afectan y enriquecen los diferentes alimentos que podemos encontrar en nuestros mercados y, por ende, en nuestra cocina.
Una de sus principales premisas es que el cuerpo se adapta a los cambios que se producen en las diferentes estaciones. Lo cual quiere decir que vivimos intrínsecamente ligados a los ciclos naturales, seamos o no conscientes de ello.
Un ejemplo de esto, es la búsqueda instintiva de alimentos fríos en verano, como la sandía o el melón, o un gazpacho bien fresquito. Son productos o elaboraciones que se convierten en grandes compañeros para soportar las altas temperaturas estivales. Por el contrario, en invierno nos reconfortamos con platos de naturaleza más calientes, como los guisos de legumbres, tubérculos y/o carnes estofadas.
El objetivo de esta especialidad es conseguir una dieta equilibrada en base a los productos de temporada, además de empezar a ser conscientes de cómo nos afecta personalmente cada alimento según nuestro tipo de cuerpo y de las necesidades personales que nos reclama nuestro organismo y teniendo en cuenta las condiciones externas e internas del individuo.
Una dieta equilibrada, bioenergéticamente hablando, se basa en comer alimentos de naturaleza sana y de temporada, prestando atención a las diferentes formas de cocinar y preparar las materias nutricionales y consiguiendo así un efecto en nuestro organismo de cada producto, potenciando o disminuyendo el calor o el frío, la humedad o la sequedad.
Los crudos, en general, son yin y de naturaleza fresca o fría, ideales para el verano. Pero en invierno es necesario cocinar las verduras y hortalizas para que estos alimentos de naturaleza fresca y fría consigan un efecto calentador.
Las cualidades energéticas de los alimentos
En la alimentación bioenergética no solo clasifican los alimentos según sus componentes químicos, sino que además se utilizan cinco parámetros relacionados con las propiedades energéticas de cada producto:
Naturaleza. Se refiere a la energía que mueve un alimento en el organismo al ser consumido. Puede ser refrescante, neutro, templado o calorífico. La gran mayoría de las verduras y las frutas son de naturaleza fría; los cereales, legumbres y frutos secos son neutros; y las carnes, pescados, especias, el ajo y el jengibre son templados y calientes. Los alimentos frescos y fríos tonifican el Yin (el principio femenino, la tierra) del organismo y los templados y calientes mejoran el Yang (el principio masculino, el cielo y la actividad).
Sabor. A cada uno de los "cinco elementos" (Tierra, Metal, Agua, Madera y Fuego) se le asocia un sabor. Por eso, según la estación en que estemos procuraremos consumir más alimentos de un sabor u otro. La primavera corresponde al elemento Madera y el sabor es el amargo.
Color. Cada color corresponde a un elemento. El rojo pertenece al fuego (cerezas, sandía, tomates…); el marrón/naranja, a la tierra (calabaza, zanahoria, caquis...); el blanco al metal (arroz, coliflor, pera, nabo); el negro o azul marino es del agua (algas, tamari, soja negra, moras, azukis…); y el verde corresponde a la madera (espinacas, kale, rúcula…).
Tropismo. Es la afinidad de determinados alimentos por un órgano o por un meridiano energético (los canales por donde fluye la energía vital). Pero, además, hay alimentos que actúan sobre las "cinco esencias" (Chi: energía, Jinye: líquidos orgánicos, Xu: sangre, Jing: energía esencial, y Shen: mente).
Dirección o acción. Los alimentos pueden movilizar la energía hacia arriba o hacia dentro, hacia abajo o hacía el exterior. Los alimentos picantes dispersan la energía hacia el exterior del organismo; en cambio, los amargos provocan el descenso de la energía o los ácidos y los salados la concentran en el interior del cuerpo.